martes, 1 de enero de 2008

Ariel Williams y el multilingüismo cocoliche en "Conurbano sur"

Habrá siempre que remontarse a En la masmédula, para dar con el momento en que una escritura llega a un límite, lo supera, y como si fuera poco, disemina (sí, lo sé, es una palabra muy muy derridiana) ese horizonte impuesto por la práctica de escribir, para referirse a aquellos textos poéticos que inventan una lengua como forma de sacarse de encima el detritus de la sintaxis. Habrá que recordar también aquella experiencia que resultó ser Oral, de Carlos Estévez: pequeño librillo que editara Botella al mar y que, conviene decir, no tiene demasiados antecedentes en lengua castellana. Mientras que el texto de Girondo nadaba en las cacofonías un tanto rocosas de una escritura confeccionada para ser leída en voz alta, el libro de Estévez construyó un lenguaje, o mejor, un paralenguaje (o aún mejor: una parafonética) cuya dificultad para ser leído a voz en cuello residía en que para comprender esa obra había que carecer de glotis. Cuerdas vocales afuera. Entre esos ejemplos proporcionados sólo por la poca memoria (claro que hay otros, pero. Alzheimer) puede incluirse Conurbano sur, de Ariel Williams, excelente poeta trelewense que pudo torcerle el cuello mao al cisne de la sintaxis con este obra publicada por la igualmente excelente Editorial Limón. El libro de Ariel está construido por una triple búsqueda lingüística, y lo válido de todo esto es que no existe el menor rastro de poner en el molde del proyecto un estilo forzado. Hay rastros de cocoliche básico, de un esperanto (como bien dice Mario Ortíz en Vox Virtual nº 9, marzo 2002), pero también de un proto-galego, de una fonetización del gaélico, de ¿un sefardí?, que nos dice que una escritura no sólo se invierte en lengua propia sino que se vierte en un caldo del cual tenemos poco acceso, por suerte. Es decir: los antecedentes de un libro así, no se buscan sino en el formato original de sus anteriores textos, como el sincrético Lomasombra. Había ya en este último una fórmula que estalló en mil pedazos, un libro después. Conurbano sur nos habla, esto es así casi hasta la literalidad. Existe un personaje oculto que trabaja una primera persona, y que atraviesa todo el poemario. Ese hablante es lo más parecido a un payador, en pleno siglo XXI. Los relatos que son esos poemas, recortados por un lenguaje cinematográfico que consigue adelantar la acción sin cerrarla, obliga a leer el texto de Williams como una suerte de suceso estereofónico sin ritual posible. O mejor: el sujeto de Conurbano sur no puede parar de decir, de contar una serie de hechos que no son acontecimientos, sino posibles versiones de una vida, o de muchas vidas que se van trenzando a medida que ocurre el instante poético. Porque en definitiva, qué es la historia de un acontecimiento si este no permite, en el acto de comunicación, normalizar la versión. Bien, contra esa normalización es la que se enfrenta el libro de Williams, en un trabajo cuyo resultado radica en cambiarnos, ahora sí, la manera de evocar. Los o el personaje de la obra están, o bien huyendo, o bien advirtiendo de alguna situación por la cual no sólo se les redujo el margen de maniobra, sino que también se les canceló la capacidad de elocución. Y esto último no significa alguna incapacidad natural en Williams, que no encontremos entre quienes escriben textos poéticos para ser leídos primero por sí mismos, y después para quien consiga emparentarse en el discurso. Por eso, no tomemos en serio el rostro de mi sobrinito Damián Arteca, nacido y coleando en Canadá, porque más allá de su imitación moderna del pensador de Rodin, bien podría reirse de la extrema comicidad de Conurbano sur. Digo extrema, porque tras superar esa tensión, uno cierra el libro del chubutense con la certeza que no existe nada en él que motive una sonrisa duradera. A la luz de la crisis argentina un libro así nos deja a media lengua, la misma con la que después intentamos transmitir nuestra pasión por él. Tal vez pueda leerse esta obra no sólo como un acto de "terrorismo lingüístico" (Ortíz, again), sino como una forma de proponer, aunque fuese en soledad, una suerte de aproximación a una tradición oral desde la tabula rasa de los remasterizados recursos poéticos. ¿Será su máxima, "mejor que decir es cuestionar; mejor que cuestionar es incomunicar"? No estaría nada mal pensar así cualquier poética.
Veamos una breve muestra de la escritura de Ariel Williams:


II

El sufro é un esto que dormites:
viene de un ladrito ´e la dolora
y que comió:
carne sufrida le soñó mal,
le vino de abajo el dónde,
perro rabioso ´e la despertadura,

la silenciosa angustia en digerir.
Aquí.


VII

Durante un cielo
le fuimo al enagua de un hombre.
No había cura
el hombre era un señor que se moría
y se había muerto
Al enaguo se lo tira engolvido nun trapo
se lo tira como al silencio
ande ya no ruje los leone
No hay forma de hacel-le pozo
al agua

(de Conurbano sur, Editorial Limón, 2005)


4.
a veces voy por las rutas blancas,
entro en los pueblos, azul, tres arroyos,
de los que acaba de irse, dejando
la escritura de su paso:
nombres falsos en hoteles, cuentas
y cigarrillos apagados, putas
seducidas, cuartos llenos de olor
a humo y a naranjas,
un hombre muerto una vez, en un tugurio;


sus pasos no entendiendo el mundo,
al lado de lo que yo debería haber vivido


6.
pasillos fríos, habitaciones penumbras,
lámparas acostadas en el barro del piso,
un grafitti en el fondo de una lata
que dice “lenguayo”:
imagino un pez chato en el fondo,
imagino una sombra que se fue
y dejó las huellas de sus sílabas
gusaneando en la tierra

(de Lomasombra, Terraza Libros, 2003)

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