miércoles, 9 de enero de 2008

Ensayos para confinar el testimonio V


7. Junkspace. *

Según Koolhaas, el movimiento moderno ha devastado
el planeta con su manera de construir, formada por grandes cajas,
paralelepípedos que inficionan periferias urbanas y nudos
de autopistas, supermercados y chalecitos de los alrededores […]
La ciudad que describe se parece a los no lugares de Marc Augé,
o mejor dicho: es toda ella un no lugar, de forma que la diferencia
entre lugar y no lugar queda superada […] En este espacio social
y arquitectónico domina el Gran Hermano de Orwell provisto
de cámaras de vídeo y tarjetas de crédito […]: “El sujeto queda
despojado de su privacidad a cambio del acceso al nirvana del crédito”.
Pero, diferentemente de las visiones apocalípticas de Orwell,
no hay aquí un Dictador, mente oculta que todo lo regula, toda vez
que el sistema es policéntrico y anónimo, es decir que funciona
de manera autónoma sin más objetivo que la propia conservación
y expansión: “El Junkspace es un espacio sin autor, y sin embargo
autoritario”». Ni Koolhaas ni nadie podía imaginar en 1978, fecha
de redacción de este libro, los tintes que esta frase iba a tener
con el tiempo, 23 años después: “Manhattan es una acumulación
de posibles desastres que nunca ocurren” (p. 27). Concebido
como una retícula, este libro es un conjunto de fragmentos
similares que, como la distribución de la isla más famosa
del mundo, forman un tejido cuadrangular y posmoderno
de explicación de la urbe más famosa del mundo. Este trabajo
se desarrolla en dos sentidos: primero, elaborar una teoría histórica
que explique Manhattan como fenómeno urbanístico; segundo,
analizar el manhattanismo, teoría “no formulada” pero que se habría
seguido en la construcción de la isla, sin volverse a utilizar jamás,
y que es una especie de pragmatismo utópico, trasladable al hecho
de vivir en algo totalmente artificial: como dice el propio Koolhaas,
“vivir dentro de la fantasía” (p. 10). Manhattan, es claro, proporciona
el éxtasis ante la arquitectura, como ninguna otra ciudad del mundo.
Aunque otros lugares como Tokio, Hong Kong, Kuala Lumpur
o Chicago tengan similares estructuras, acumulación de torres
o rutilantes noches verticales, Manhattan tiene algo que la singulariza
y es, por supuesto, su condición de isla, su conformación exenta
de tierra firme, como una roca esculpida y abandonada en el océano,
que la personaliza de esos otros finisterres de cristal, meros apéndices
de una tierra perfectamente reconocible. En Manhattan no se ve la tierra.
No hay campo en Manhattan; hasta Central Park es cuadrangular,
acotado: artificial. Manhattan está devestida de toda relación
con los continentes o la idea de terreno. En la isla sólo hay solares,
2.088 “soledades” o parcelas divididas de aquella retícula que crearan
de la nada tres ingenieros en 1811, prescindiendo de la topología
y concluyendo, por tanto, que “el sometimiento de la naturaleza,
por no decir su extinción, es su verdadera ambición” (p. 20),
como resume Koolhaas. Y de este modo, con el crecimiento horizontal
amputado, ya sólo queda la dirección ascendente; el cielo se convierte
en la única frontera y la agonía vertical queda constituida
en el nuevo “salvaje Oeste” a conquistar (p. 87): de ahí que entre 1900
y 1907 comience la carrera de los rascacielos.

* Hasta el 11/S, otra característica la mantenía en su estatus de ciudad de ciencia ficción: el no estar afectada por la historia. Moderna a fines del XVIII, contemporánea en el XIX y posmoderna en el XX antes de que nada más lo fuera, era la idea misma del progreso continuo, la punta de lanza de la tecnología y las finanzas mundiales, la materialización de lo avanzado. Su historia no era rastreable en sus renovadas, restauradas, demolidas y levantadas avenidas, sino apenas en fotografías que parecían de una isla cercana, pero no de ella: Manhattan era Proteo, transformándose continuamente y marcando la pauta a lo demás. El hueco de las Torres Gemelas es la primera herida, la primera cicatriz de su hasta ahora inmaculada y variable piel. Su “crisis perpetua” (Koolhaas, 11), ha sido ahora estancada en la crisis localizada del ataque contra el World Trade Center, cuyo desmoronamiento ha querido ser entendido simbólicamente, como si fueran unas nuevas murallas de Jericó o el fin del acoso de los bárbaros a la Muralla China.

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