domingo, 10 de febrero de 2008

Por un puñado de pólders

Como bien se conoce, los pólders son un sistema de tierras artificiales ganadas al mar, con el fin de evitar una segura inmersión continental. O bien podría definirse en su propia búsqueda del artificio, entre las miles de formas en las que se conquista un territorio. Nadie quiere hundirse. A ningún individuo se le ocurre firmar su sentencia sin reconquistar lo que, alguna vez habría llamado, ilícitamente, el paraíso perdido. Pero no todo es pérdida en movimiento; también existe una muerte inmóvil. Al parecer, los ciudadanos de La Plata estamos aterrorizados: sabemos que parte de los males de nuestra urbe es que ya no sirve de mucho poner el carro delante del caballo. Antes, apenas se notaba; hoy, es un escándalo indefendible. Nuestra querida ciudad chata está a punto de volverse un muñeco con la cuerda trabada, un gólem, el Cesare del Dr Caligari. No tiene control, aunque se trata de una falta de proyección ante un futuro que se llevará puesta a la ciudad, y al gentilicio que la sociedad conservadora sabrá defender con uñas y dientes. No somos platenses, porque no actuamos como tribu (en el sentido mallarmeneano). Desde que Dardo Rocha, allá por 1882, apareció con la idea novedosa de inventarse una ciudad, aún la estamos imaginando. ¿El legado de los fundadores es la proyección sin dominio de un futuro asegurado? ¿Qué queda de aquella ocasión? Treinta por ciento de estudiantes, de los cuales, un sesenta por ciento, no es platense, sino de otros sitios de la provincia de Buenos Aires, o de las provincias. Cuarenta por ciento de empleados públicos (nacionales, provinciales, municipales: antes que los eche Bruera); lo demás es la población demandante del conurbano que arriba a nuestras tierras para defender lo que se podría explicitar como punto de vista. No hipotecamos nada porque la tasa de interés se fue por las nubes y tememos arriesgar lo poco de nada que nos queda de mucho. Es decir, nada. Hemos conocido un Fausto con un rostro menos angelical que Clint Eastwood. Pusimos en venta la capacidad de proyectar el sentido de unas vidas que nada tienen que ver con el gentilicio. Somos dardos blandos en la vuelta de Rocha. Pusimos tierra a ganar al mar de las apariencias que, se sabe, a veces engañan. Y todo por un puñado de pólders.

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