martes, 10 de junio de 2008

Adjetivo

Estaba pensando en una frase de Alan Pauls, durante un coloquio en Grenoble, 2004, sobre el César; Aira, claro. Mientras pensaba la frase me corregía mentalmente, como si el esfuerzo de traducirme fuera lo único representado por la producción. La frase es una cita que Pauls recuerda de uno de los veinticinco mil libros editados por Aira (el número, exagerado, claro, pero en cualquier momento posible, por suerte), y se trata de un fragmento del Diario de la hepatititis. Bien, Pauls recuerda aquello de la "ondulación de la realidad", a la vez que niega el concepto, venido quién sabe de dónde, y dice, reafirma, Aira, decía Pauls, que la realidad es adjetivo, y como se sabe, el adjetivo es el HIV de la frase: la inocula, por no decir que la hiere mortalmente. Sucede en la narrativa, pero en la poesía sus aparición triplica los efectos nocivos, logrando lo más temido: la frase, el verso, cae; el esteticismo ocurre; el artificio, siempre necesario (porque si no no habría escritura) se vuelve pura afectación, revalúa la frase-verso hasta emparedarla y quitarle la última gota de oxígeno. Por supuesto, creer que los males de la literatura provienen de ese efecto providencial que es el adjetivo, es irrisorio; tanto como entender que sin el adjetivo, se planta sin atenuantes una literatura sin atributos, es decir, hiperreal. Tampoco. ¿Y bien? Es difícil comprender qué cosa dice el escritor con la ondulación de la realidad, porque más allá que Aira, así lo recuerda Pauls, trata a la realidad como un adjetivo, es claro que nuestro autor de Pringles tiene una idea sobre cualquier realidad, proporcional a su escritura. Y cuando hablamos de proporciones, hablamos de un todo. En el detalle está el todo, la totalidad, la supervivencia del estilo que es la simulación de un modelo. Ahí está el artificio. ¿Qué hace, escrituralmente hablando, Aira? Nos proporciona relatos donde existen vaivenes, ondulaciones, que están en directa relación con el plano discursivo. Se dirá que todo se da en el plano discursivo. No siempre. El discurso no modela el procedimiento; el procedimiento es anterior al discurso, a la escritura (para que se entienda), porque en difinitiva se trata de un estado mental. Ser escritor parece ser un estado mental previo a escribir. Semeja verdad de perogrullo, y francamente, no sé si puede leerse de otra manera. Pero es difícil transferir aquello que es pensado como procedimiento y volcado como escritura. Es un estado mental que hace que la palabra realidad, cuya cadena de sentido es la ondulación de la, provoque la pulsión adjetival. El efecto letal es estar leyendo un concepto de resolución rápida, efectista, que cae como anillo al dedo para quienes buscan sentencias que puedan repetir entre estudiantes de primer año de Letras, con lo que el escritor debiera romperse la cabeza y buscar alternativas a la frase-verso distintas al origen. Por eso, mientras se escribe se reescribe, o más bien se inventa una nueva génesis del procedimiento, y en ese mecanismo reside la base de cualquier estilo. Habrá que escribir, como si fuera verdad que la ficción es el misterio sin cumplir de las predilecciones. Cayó la frase.

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