jueves, 24 de julio de 2008

El maleficio

Las frases son memorables, por lo general, con relación a su contexto. Seguirán siendo frases, convertidas luego en máximas, después en axiomas y más adelante en sentencias. Esa es la cadena ribonucleica con que la tradición oral contemporánea (que existe, no sólo es privativa de los tiempos de Malinche) consigue aportar una noción funcional de cultura, para volcarla a la población. Pero también surgen otras frases salidas de contexto por la fuerza misma de su entorno; se trata de construcciones sentenciosas que involucran, al mismo tiempo, sentido, acción y retracción (es decir: la posibilidad de cancelar esa frase porque su principio de verdad está cuestionado). El ejemplo criollo es el siguiente: "No los une el amor, sino el espanto". Todo el mundo conoce el sentido de ese verso, que se popularizó gracias a la distancia cada vez más existente entre esa máxima y el lector. Releyendo El maleficio, de Hermann Broch, encuentro que el personaje de Wetchy explota desde el delirio místico, inaudito, y racista, cuando grita: "Son enfermos del odio y de las ansias de dominación, ellos y su prole, un odio femenino (...) no quieren trabajar la tierra, quieren poseerla para plantar en ella hipotecas. Y con argucia femenina y con intelecto femenino, han obtenido el dominio del mundo (...) las ciudades son la desgracia del mundo". Eso va como acontecimiento residual con el conflicto con el campo, pero también me recuerda el efecto de las palabras del criminal Luciano Benjamín Menéndez, que cree que el comunismo internacional está enquistado en el gobierno. Imagino la furia que le provocara la asunción de Sergio Massa, aunque el equilibrio ideológico, para Menéndez, debe estar asegurado: por un lado, un apellido ligado a la idea basal de la izquierda: la masa, pero por otro lado, la doble "s", acarreará recuerdos de un porvenir nacionalsocialista que nunca logró consolidarse. ¿O si? Al escuchar la diatriba senil del represor, todo se volvió la relectura del libro de Broch, el ascenso evangélico del loco de Marius Ratti, el chillón Wetchy, y una pregunta de, otra vez, Wittgenstein: "¿Podría uno imaginarse que una piedra tuviera consciencia? Y si alguien se lo puede imaginar -¿acaso esto no demostrará simplemente que toda esa imaginería no tiene ningún interés para nosotros?". Las nuevas frases a recordar serán párrafos completos de una renovada advertencia contra estos sujetos. Mantener la guardia, que las palabras de estos seres no impacten como nuevos maleficios.

No hay comentarios.: