viernes, 15 de agosto de 2008

Dark

Para Jaime Sáenz (1921-1986) la noche es un epifenómeno. La noche se organiza alrededor de las relaciones integradas al día; la noche es el auxilio de la poesía, si es que la poesía escrita por poetas debiera propender a la accesoriedad de la naturaleza. La noche de Sáenz se transforma "en una canaleta de dos pisos". Se habló hasta la infinidad de la ilusión metafísica en la poesía del escritor boliviano, pero esa escritura, nictógrafa, cabe toda ella en el retraimiento del olvido, lo que la hace un suceso que asperja el deseo y lo reparte como naipes en una mesa de apuestas. Pero se trata de un deseo que es desplazado por el sufrimiento hasta el punto que, en una operación de inversión, esa idea de la noche se instala en un cuerpo que ya la contiene. La noche, para Sáenz, es antinatural, y un logos con luz aparte. Leer los textos de "La noche" es lanzarse con todo hacia la glotis de la perseverancia gramatical. Sáenz aprieta, pero no ahorca, en esos versos cuya forma merecen la paciencia bíblica de Jabès:
Nadie puede acercarse a la noche y acometer la tarea de
conocerla,
no sé si existe un pariente tan cercano en América Latina a la escritura del escritor franco-egipcio. Si bien Edmond Jabès entiende sus estructuras de acuerdo a un funcionamiento de la antropología de la masacre, existe un punto de contacto con Sáenz y es que los dos poetas consideran al mismo tiempo qué tipo de hombre es el individuo contemporáneo.
"Si bien es cierto que el triunfo de las fuerzas reactivas es constitutivo del hombre, todo el método de dramatización se dirige al descubrimiento de otros tipos que expresan otras relaciones de fuerzas, al descubrimiento de otra cualidad de la voluntad de poder, capaz de transmutar sus matices demasiado humanos", dice Deleuze sobre Nietzsche.
Como nada existe por fuera del todo, la negación de Sáenz se esfuerza por salirse del religamiento ético, exiliar, de Jabès: porque no se puede juzgar al todo, ni medirlo, ni compararlo, ni sobre todo negarlo. La antecámara alcohólica del boliviano es la única dotada de validez, y restaura la idea de totalidad. La dialéctica, el sistema, el pensamiento como pensamiento del conjunto vuelven a hallar sus derechos y fundamentan la poesía como discurso acabado:
Pues para el hombre que mora en la noche, para aquela que se
ha adentrado en la noche y conoce las profundidades de la noche,
el alcohol es la luz.
Si en Jabès la mecánica de la pregunta es el motor de su poesía, en Sáenz, la búsqueda de respuestas trabaja como recurso de la reflexión que acciona la fórmula lírica. A su manera, es un romántico quebrado por las circunstancias, es decir, un místico de la opacidad, y esa es la diferencia con Jabès, que no contempla el misiticismo como curso délfico de sus notas/versículos/poemas, porque en todo holocausto, la luz es ineficiente.

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