domingo, 22 de febrero de 2009

Perritos

Cada vez que se atraviesan algunos tramos de esa summa de cronicones que constituye Masa y poder, el lector sale de esa experiencia como si estuviera medicado. El mundo que vivió Elías Canetti se parece a este, pero de un modo tan visceralmente distinto, que saldar las diferencias se parece mucho a promover la reencarnación del acontecimiento. Eso no es posible. Si de algo nos sirve la experiencia de Canetti es la certeza de que en la reiteración de una falla existe un abismo ridículo. Y quien habita el ridículo, hace funcionar -sin saberlo- un mundo con marionetas que deciden entre miles de personas. Sin embargo, también lo sabemos, siempre será complejo desarticular el ridículo. No sé el mundo, pero nuestra pequeña aldea llamada, con cierta impunidad genérica, sociedad, acciona sobre esa tragedia minimal, que es evitar a toda costa caer en el ridículo. Of course, eso tampoco es posible. Que su rareza o su extravagancia provoca risa. También significa absurdo, o bien, falta de lógica. De acuerdo a esto, Canetti se pregunta por el valor del interrogatorio, por su valencia de registro policial, y por aquello que define por excelencia al mecanismo, la pregunta por la identidad y el lugar de origen. Masa y poder, en ese aspecto, carga contra los límites del funcionamiento, de la repitencia de cualquier esquema que, por sólo volverse él mismo una unidad de reiteración, desvaloriza al individuo, hasta convertirlo en la suma de sus iniquidades. Para cambiar de esquema, lo que habrá que hacer es canjear una pregunta por otra. En la pregunta como forma de intervenir en el ánimo de quien la escucha, no importa qué sentido tenga la respuesta, sino el orden de las preguntas. De acuerdo a ese orden se administra el tiempo, que es el recurso escencial en todo nuevo poder, cuyo fin primordial es que el tiempo no transcurra. En la permanencia como fórmula virtual de cortar la sucesión, se encuentra el meollo de un sistema de poder, lo ejerza quien lo ejerza. Dice Canetti: "La orden es más antigua que el lenguaje, si no, los perros, no podrían entenderla". El apellido de Canetti significa perritos, lo que lo emparenta lateralmente con la escuela estoica, cuya contribución al lenguaje filosófico es determinante, más allá que ellos mismos se decían perros, debido a la falta de pudor, descaro, o bien, impudencia de sus actos. También dice Canetti que el efecto natural de una orden es la fuga. Impudor y fuga validan en un movimiento pendular la resistencia a cualquier interrogatorio, con el objetivo principal de no convertirse en un enemigo para el interpelador. Recibir es darse por enterado de la enmienda de la donación. Por eso, quien recibe castigo o es interrogado, encuentra en ese mecanismo una agresión, y por ende, salirse de esa provocación silenciosa es el fundamento de toda resistencia. Dejarse llevar por el predicamento de la orden es un asunto de falta de lógica, es decir, volviendo al comienzo, una materia ridícula. Para hablarnos de todas estas cosas, Elías Canetti eligió el ensayo, o el modelo filosófico-antropológico, como modo de desmalezar la forma. En ese vaivén estructural que son los libros de Canetti está el pormenor de una aventura estilística. Que sus libros sean irreconocibles, como un cuadro de Francis Bacon a la que arrojaran ácido sulfúrico, no significa que no presenten una coherencia. En esa marca convive una noción contemporánea del ensayo. Una marca absurda, corrediza en su formato, que inaugura maneras de contraponer miradas subalternas al lenguaje.

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