miércoles, 23 de diciembre de 2009

Amor fabril. Sobre "Boca de lobo", de Sergio Chejfec

1. Cuando en La diseminación, del bueno de Derrida -Jacques-, se afirma que la operación que "ya no pertenece al sistema de la verdad no manifiesta, no produce, no desvela ninguna presencia", tal vez se refiera a ese principio de invisibilidad de sistema que se mueve en torno al mecanismo de producción de sentido. Porque producir sentido es la desestimación de la estructura. Al contrario de lo que se cree, armar una estructura, en literatura, es desmontar el silencio original de las palabras, que concentran la voz antes de ser emitida. Agrupar las palabras, en ese aspecto, podría entenderse como uno de los modos del desacato a todo silencio, al que la escritura pretende reintegrar sin abarcar la originalidad de su materia, es decir, su no materia.

2. A todo esto, el movimiento de la significación en Boca de lobo añade algo, una adición flotante. La función vicaria de los dos personajes de esta novela (el narrador y Delia, la obrera), recientemente reeditada, suple cualquier falta por el lado del significado. Se ha escrito que Boca de lobo es la "historia de la noche" (Máximiliano Sánchez) o una parábola del vampirismo (Diamela Eltit), dos excelentes modos de atravesar una novela compleja y ralentizada por las turbaciones de la primera persona. Pero podríamos leer también la novela de Chejfec como un breve manual del lector en construcción. El narrador en ese texto es un lector asombrado, que intenta apoyarse en los múltiples ejemplos de construcción narrativa ("He leído novelas...", dice como un leitmotiv de consecución) para armonizar y darle curso a su propia historia de amor con Delia. Un amor confuso, más bien persecutorio, donde se exhibe con incomodidad la falta de reciprocidad de una relación sin pasado ni futuro, con una ausencia notoria de verificación física. Y en eso, el narrador, se comporta -más adelante- como un acosador a bajo precio, un fetichista devaluado a tal punto que la noción de propiedad es puesta en juego, ya no como sistema de devoluciones, sino de sustitución de intereses poco comunes, pero unidos por la inercia de encuentros seriales.

3. El libro de Sergio Chejfec escenifica las tensiones existentes de un narrador que pesca para sí el sentido de clase (obrera), y luego lo disecciona hasta convertirlo en alegoría de la escritura. A partir de esa fijación de clase, Boca de lobo pervierte el lugar común de sacralización ideológica, y coloca en el deambular de Delia, un nomadismo de significaciones que sólo se retira cuando el objeto de asombro es violentado, para después aguardar un hijo del narrador. En esa poética de lo impenetrable (clase obrera) se instala, sin preámbulos, la estética del encofrado, es decir, la noción de crear un molde, una estructura lo suficientemente estable como para erigir un mundo organizado. Y ese ideal, en el texto de Chejfec, se menciona como violación, y sin que se produzca ninguna sanción moral o salto de la conciencia común del narrador. Chejfec es nuestro escritor autoconciente, pero sin proponer el milagro del relieve del protagonista, que se exhibe confundido, que no puede con su naturaleza intersticial.

4. En el texto de Chejfec, además, se muestra un sometimiento esencial a la ley del Estado, en un proceso de constitución que duplica la violencia. Allí radica la experiencia de esa lengua que sigue siendo, si se quiere, lengua culta. Y por ese motivo se manifiesta como una escritura de la posesión, es decir, la historia de Delia y el protagonista se impone como complejidad embarazosa y retorcida, donde la estrategia de acción parece ser proporcional a la de una estrategia de traducción de los movimientos de los compañeros de Delia, dentro o en las inmediaciones de una fábrica.

Ese lugar -laboratorio fenomenológico de Chejfec- es una reivindicación dialectal siempre arrasada por los símbolos móviles. Una pollera pasa a ser la instalación de la idea de "préstamo", con la que Chejfec aborda el núcleo del movimiento cotidiano de una clase (el préstamo ocurre en Boca de lobo como un valor de intercambio y desposesión, pero a la vez de futuro trueque o nuevos préstamos), pero que al mismo tiempo funciona como una marca de origen, o de lectura; porque entre esas lecturas ("He leído muchas novelas...", vuelve a decir el personaje como forma de intercesión cultural, aunque pueril, banalizada por un sistema de lectura que echa mano de la cita curiosa para naturalizar el lenguaje), no podemos sino encontrar ecos de ese símbolo móvil (pg. 54) que atraviesa la escritura de un primer César Aira, en El vestido rosa.

5.
Existen muchas formas de leer este texto de Sergio Chejfec, pero por ahora, y aprovechando este bienvenida reedición, sugerimos leerlo con la mimsa audacia con la que fue escrito. Porque Boca de lobo consigue despoblar a la primera persona de todo vicio de conciencia, para volverse, en la distancia, un prodigio de observación. La víctima del "vampirismo" escritural no es Delia, sino el propio Chejfec devenido protagonista, que se impone sobre los límites más reactivos conque una escritor se expone a la sanción del lector.

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