domingo, 17 de enero de 2010

Dos textos* de Simic


PARAÍSO

En un barrio antes llamado “La cocina del infierno”,
donde un mendigo aseguraba haber tocado la lira de Nerón
mientras la ciudad ardía en el calor del verano;
donde una peluquera que se hacía llamar Cleopatra
empuñaba las tijeras del hado sobre mi cabeza
amenazando con cortarme las orejas y la nariz;
donde un hombre y una mujer paseaban desnudos
al atardecer por una de las más oscuras calles laterales.

Debo de estar soñando, me dije.
Era como encontrar una pareja de esfinges.
Esperaba que tuviesen alas, cuerpo de león;
él con el pecho tatuado estrafalariamente,
ella con sus enormes tetas balanceándose.

Ocurrió todo tan rápido, y fue hace tanto tiempo...

¿Sabes ese instante justo antes de que amanezca
en el que nada desearías más que acostarte entre sábanas frías
en una habitación con las persianas bajadas?
La hora en la que los hermosos suicidas
que yacen uno junto al otro en el depósito
se levantan y salen para ver la primera luz.

Las cortinas de los hoteles baratos vuelan a través de las ventanas
como gaviotas, pero todo lo demás está tranquilo...
El vapor asciende por las rendijas del metro...
Los cuerpos resplandecen de sudor...
La locura, sí, pero podrías decir igualmente: el Paraíso.


POR EL BIEN DE AMELIA

Trabajo en un Gran Hotel sobre el acantilado
en un país asolado por la guerra civil.
Mi corazón es el único botones.
Mi cerebro es el cocinero chino.

Se trata de un lugar costero en ruinas
con una hilera de limusinas desguazadas en la acera,
monos y gallos de pelea en el gran salón de baile
y palmeras que llegan hasta el techo.

Amelia, rodeada por sus amantes y sus adivinos,
se pinta de azul las pestañas y los labios
al atardecer frente al mar abierto:
las largas playas vacías, el resplandor de la marea...

Me ruega que comprobemos los libros de registro
para indagar si es cierto que aquí se hospedaron una vez Lenin,
Buster Keaton, Nathaniel Hawthorne,
San Bernardo de Claraval, que escribió sobre el amor...

Un hotel en el que uno tararea un tango en medio de un silencio
que se parece al de los cipreses en las películas mudas...
En el que los niños hablan en voz baja con sus amigos imaginarios...
En el que las hojas de una carta importante salen volando...

De pronto un ruido viene de la suite con espejos.
Amelia está desnuda y lleva algodón negro sobre los ojos.
Parece que hay una mosca
en la punta de la nariz romana de su amante.
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* De su último libro, La voz a las tres de la madrugada (DVD Ediciones, Madrid, 2009). Traducción de Martín López-Vega de la edición original de The Voice at 3:00 a.m.: Selected Late and New Poems, Harcourt (New York, NY), 2003.

3 comentarios:

C.E dijo...

Qué lindo (pero perturbador) el primero

Mario Arteca dijo...

Así es este buen hombre. No regala poemas si no es para inquietarnos. Nunca dejaré de preguntarme hasta qué clase de infiernos personales puede bajar este hombre, con tal de emcionarnos un poco. O mucho. Un beso para vos, Cecilia.

C.E dijo...

Eso mismo. Abrazo va de vuelta