domingo, 11 de julio de 2010

Salió por Goles Rosas: La orquesta de bronces (poemas ex yugoeslavos)

Tres poemas de adelanto de este libro pequeño, editado por esta muy buena gente, Juan Aguirre a la cabeza. El libro tiene un sistema particular: el interior y la tapa van por adjunto, vía mail. Cada quien lo imprime y construye su libro, sino, se lo lee por pdf. Ojalá les interese. Para comunicarse con los muchachos de Goles Rosas, escribirles a golesrosas@yahoo.com.ar
Atroz en Yugoslavia

Perhan acompaña a Danira, siendo
aprensivo como es, a los hospitales.
Deja a su abuela atrás, y a su manera
sigue la pista de toda operación
ilícita que lo involucre. A continuación
emerge de entre los niños y las mujeres
vendidos como servidumbre por sus familias.
La comitiva en furgoneta semeja ensambles
de maturrangos en plena marcha. Incapaz
de permanecer con ella, enseguida
se fuerza en dejarla y viaja a Italia.
Todo se salió de sus cabales, adversarios
o no. Final de un sueño de afiliación
masiva. No en otros términos las lealtades
que cambian de puesto son procesos
sin pellizco de alevosía.


Llanura de Vipava (1992)


Tren del atardecer devenido
de pronto en hilera nocturna.

Es verdad, los acantilados se habían
convertido en un rosario de tinieblas.
Brillo de luna a través de las lumbreras
que apenas se movían de sitio.

Una recta con curvas y cambios
de dirección salía de sus puntos
cardinales, mientras despuntaba
una naturaleza muerta de uvas
y peces. Visión de las primeras
cepas, auxiliadas por filas radiantes
de viñedos adheridos a una ladera.

El tren estaba a pleno y la gente
hablaba de un modo confuso
e ininterrumpido. El conductor
también hablaba. No pasó una hora
en la que no se hiciera una pausa.

Convertido en la atención misma
así miraban su cabello. El de una
joven soldado lamiendo sus heridas
y el de un prójimo de la misma edad,
despertándola.


Con relación a los saqueos (1997)

Mañana no habrá dinero.

¿Será mejor que perturbar
el sueño de un hombre
sólo por sopapear
a su adversario?

Así, estirar los brazos
hacia la cartera y colocar
esa elevación de billetes
sobre la mesa: una labor.

Contarlos, acto seguido.

Que el ratero siga
donde está.
Nadie lo llama,
¿quién lo necesita?

Una persona así
es capaz de todo
-incluso de volverse
feliz entre los vivos-
y más allá de las lucernas
con que relumbra
una vida de humo
y degollina, verifica.

Con los mendigos
se hará una excepción.
Después de todo
sólo manejan sumas
miserables.

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